¡Hola! Soy Lou Mayé.
Bueno, ese es el nombre con el que presento. Mis viejos me llamaron Lorena Matilde, y me gusta... pero mi mejor amiga de toda la vida me dice Lou (y me encanta), y Mayé le dicen a las "Matildes"... y me quedé con Lou Mayé :)
Me he tomado este espacio para contarte (no tan brevemente) quién soy y cómo llegué a escribir dos libros y convertirme en coach de emprendedoras y emprendedores con mentalidad de crecimiento. Empezaré por contarte que me apasiona el conocimiento y, aunque me considero una persona inteligente, no fue sino hasta recientemente que comencé a usar ambos (conocimiento e inteligencia) para crear una nueva y elevada realidad. Por razones que contaré más adelante, para mí, emprender ha sido una necesidad. Entonces, desde joven he buscado crear empresa. Sin embargo, el exceso de confianza, la arrogancia y la falta de control sobre mis emociones, no la falta de talento ni el trabajo duro, me llevaron consistentemente al fracaso. A Einstein se le atribuye la frase "no se puede resolver un problema desde el mismo nivel de conciencia que lo creó", y pues si... al final, pudiendo haber aprendido y sacado algún beneficio de la experiencia, el mismo estado de arrogancia, exceso de confianza y emocionalidad que me había llevado a fracasar, me llevaba a aprender las lecciones equivocadas. Tuve que acumular muchos dobles-fracasos (cuando por intentar corregir un error de manera apresurada, cometes otro error aún más absurdo y estúpido) antes de darme cuenta que necesitaba aprender a aprender, tanto como aprender a desaprender. En este largo recorrido de hacer 999 bombillas, antes de llegar a ¡la bombilla!, he recogido muchas lecciones que me han permitido crecer como persona y desarrollar una filosofía (valores y principios) para moverme en esta realidad y alcanzar resultados extraordinarios. Fue así que decidí poner mi experiencia y conocimiento al servicio de otros emprendedores.
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Durante la mayor parte de mi vida, fui quien creí tenía que ser (no quien era realmente) para encajar en mi familia y en la sociedad. Aunque muchas veces me sentí una víctima, la mayor parte del tiempo me sentía culpable por ser quien era. Desde mi perspectiva, mis viejos y mis hermanos eran personas extraordinariamente talentosas y capaces, mientras que yo no poseía ningún talento más allá del de desvalijar los radios y televisores de mi casa para dejarlos inservibles. De niña, era indisciplinada, mala estudiante y apenas socializaba con otros niños fuera de mis hermanos. En mi adolescencia, las cosas tomaron otro rumbo cuando, paradójicamente, entré a estudiar en un colegio donde la disciplina lo era todo. Casi como por arte de magia, no solo me gustaba estudiar, sino que tenía buenas notas y amigos. Después de terminar la secundaria, sin embargo, no volví a encontrarme tan a gusto en ninguna parte. Me costó muchísimo terminar la universidad y mi vida laboral siempre fue un gran desafío. Por más que lo intenté, no logré adaptarme a los horarios ni a las dinámicas de una oficina. Por eso, al terminar cada ciclo de empleo (algo que solía durar entre 2 y 3 años), me ponía en la tarea de emprender cualquier cosa.
Hasta entrada en los 30s, gocé de una relativa buena salud. Solo recuerdo una vez que siendo niña me enfermé porque me resistía a usar los baños del colegio porque no estaban limpios. Y nunca los usé, pero mi cuerpo aprendió a vivir con ello. Luego, viviendo y trabajando en Haití, empecé a sentirme muy inusualmente cansada. Tuve que ir al médico porque había momentos en que tenía que dejar la oficina para ir a dormir a casa porque no podía conmigo. Después de varios exámenes, el diagnóstico fue "Síndrome de Fatiga Crónica". Si, no era ningún misterio para mí que, en ese momento, me sentía cansada de todo de manera crónica. Entonces, renuncié a mi empleo y me fui de viaje por Asia (tenía el sueño de experimentar mi propio "Comer, rezar y amar"). Durante este período, me convertí en practicante de Yoga y participé en media docena de retiros budistas. Al volver a casa, después de este viaje mágico, estaba más enferma que antes.
Me realizaron más los exámenes y el diagnóstico siguió siendo el mismo: Fatiga Crónica. Complementariamente, tuve que someterme a varias valoraciones psiquiátricas que los médicos necesitaban para armar mi caso. Desde un principio, el nombre de "fatiga crónica" me había parecido una soberana tontería, porque después del diagnóstico no hay nada. No hay tratamiento ni respuestas. Así que cuando los resultados de la valoración psiquiátrica llegó con un diagnóstico de TDAH (Trastorno de Deficit de Atención e Hiperactividad) y trastorno bipolar, simplemente los ignoré. Decidí, con base en mi enorme ignorancia, que eso era pura basura.
Los siguientes años pasaron con el mismo ritmo vertiginoso de subidas y bajadas de los años anteriores, sin poder entender que eso no era "normal". En 2019, mi mamá falleció después de una corta pelea contra el cáncer. Su inesperada muerte me dejó en una empinada bajada de la que no lograba salir, a pesar de contar con la ayuda terapéutica para hacerlo. A esto se le sumó la llegada del Covid. Tras haber contraído el virus, síntomas como el agotamiento y la niebla mental se acentuaron fuertemente. Cualquier cosa que necesitara un poco de atención era ridículamente difícil. Esta situación me obligó a ser mucho más eficiente en el manejo de mi propia energía y a buscar estrategias para incrementar mi productividad en los períodos en los que tenía la capacidad. Investigando cómo ser más productiva, descubrí que la percepción del tiempo era crucial y que las personas con trastornos como el TDAH tienen una percepción del tiempo trastocada. Aún incrédula, decidí consultar con una especialista para que me ayudara a comprender cómo (si era cierto que tenía TDAH) esta condición podía afectarme. Lo primero que ella hizo fue realizar de nuevo las pruebas. El resultado: un diagnóstico nuevo: TEA (Trastorno del Espectro Autista).
Estaba sorprendida y tranquila al mismo tiempo. Unos meses atrás, por casualidad, me había topado con el vídeo de una chica que decía estar molesta con sus amigos porque al enterarse de que ella era autista, su respuesta fue "pues, no lo pareces". Recuerdo que lo primero que pensé, viendo el vídeo, era que aquello era una gran pataleta, porque era cierto: ella no parecía autista. Luego, escuchando su argumento, pude ver mis prejuicios respecto al tema. Entonces, cuando me tocó el turno, no tenía mayores resistencias y lo pude aceptar mejor que los diagnósticos anteriores. A partir de allí, comencé a leer mucho más sobre estas condiciones y querer saber cómo lidiar con todo esto de manera constructiva. En esta tarea me he encontrado con libros fascinantes escritos por mujeres que como yo habían sido diagnosticadas en su edad adulta. Dentro de la increíble riqueza de conocimiento de mí misma que gané, me emocionó "descubrir" (por no decir "entender") que era introvertida.
Sin haber sido consciente de ello, en mi vida adulta, había peleado por alcanzar el ideal extrovertido. Cada emprendimiento que creé, estuvo basado en la falsa idea de que yo podía ser súper sociable y extrovertida. Sin embargo, siempre regresaba destrozada y agotada a casa por no ser carismática, por no ser tan divertida, por hablar más de la cuenta, por no hablar lo suficiente o por simplemente no sentirme a gusto. Entender que era introvertida (con TDAH, trastorno bipolar y autista), no solo me ayudó a salir de una burbuja de falsas expectativas y crear desde mi propia identidad, sino que me permitió verme como un ser completo.
Ps./ Muchos de los síntomas de la Fatiga Crónica han disminuido en su intensidad. Este artículo, por ejemplo, lo escribí sin ayuda de ChatGPT u otra herramienta similar. Y esto era algo impensable hace unos meses. Puedo sentir a las ideas fluir con mayor naturalidad y ser más original (en el sentido de darme permiso de ser yo y ser perfecta en mi imperfección).
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Entrada en mis 40s, estaba determinada a cumplir mi sueño de hacerme escritora y escribir un libro. No obstante, los problemas cognitivos derivados de la Fatiga Crónica hacían que fuera extraordinariamente difícil para mí conectar desde simples palabras hasta ideas de una manera fluida cuando intentaba escribir. Para no decaer en mi intención, empecé a escribir un blog. Y, aunque escribir artículos para publicar en la web es mucho más fácil que escribir un libro, todavía tenía que apoyarme en herramientas de Procesamiento del Lenguaje Natural (NLP) -como Jasper, para hilar el contenido. El problema era que -apesar de ser relativamente buenas, las tarifas de suscripción eran absurdamente altas.
Por esto, cuando ChatGPT fue lanzado en noviembre de 2022, yo fui una de las más de 100 millones de personas que se lanzó a utilizarlo. En ese momento, ChatGPT no era la herramienta robusta que es ahora, de hecho, sus capacidades para generar contenido en español eran muy limitadas. Y, sin embargo, excedía las capacidades de las otras herramientas que había utilizado hasta entonces.
Me inscribí a cuanto curso había por ahí de ChatGPT, y aprendí los más y los menos de esta herramienta. Rápidamente, pasé de necesitar entre 8 y 15 días para completar un artículo a máximo 3 días. Emocionada con esta "hiper-productividad" (todavía era muy lenta para los estándares y mis artículos carecían de la calidad para competir en la web... sin embargo, yo me creía andando en un Red Bull de la F1), me boté a escribir un libro sobre ChatGPT. El experimento resultó relativamente exitoso. Como fuera escribí y publiqué mi primer libro.
Mi fascinación por esta tecnología, sin embargo, no terminó ahí. Recientemente leía que, para el público en general, 2023 había sido el año en el que "descubrimos" los Lenguajes de Lenguaje Grande (LLMs), mientras que 2024 había sido el año en el que "descubrimos" la Inteligencia Artificial Generativa. Y, en mi caso, nada más cierto. Lo que empezó como una revisión para una tercera edición de mi primer libro, terminó convirtiéndose en un segundo libro. No solo porque la información sobre Inteligencia Artificial (IA) pasó a estar a mucho más disponible, sino que también pasó a estar mucho más aterrizada a un lenguaje para mortales. Esto me permitió -como mortal que soy, aprender sobre esta tecnología y entender su rol en la productividad.
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En "Meditaciones", Marco Aurelio introduce su libro haciendo un recuento de los principios, virtudes y bondades que sostenía y de quién las recibió. Solo en esas cuatro primeras páginas, uno puede sentirse profundamente conmovido por la belleza de su sabiduría y conocer la inmensidad de ser. Queriendo copiar la presentación que Marco Aurelio hace de sí mismo, sin ninguna otra pretensión que la de darme a conocer y que descubras si mis principios sirven a tus propósitos de crecimiento y liderazgo, te presento mis principios y valores.
De mi viejo, he aprendido el arte y verbo AMAR. A escoger hacer lo correcto cada día, independientemente de como me sienta.
De mi mamá, aprendí la persistencia y la tenacidad. A escoger hacer lo que amo.
A Dios, le debo su bondad para conmigo al darme unos padres que aman y supieron nutrir mi espíritu de luz y amor. También por unos hermanos que me enseñan constantemente a ser mejor de lo que creo puedo ser. Por mis sobrinos, a través de quienes veo a Dios expresado en su belleza y alegría.
De mi Maestra, Mataji Shaktiananda, he aprendido las virtudes y los principios para hacer de mi tiempo: tiempo evolutivo. A escoger ser luz y a ver mi propia Divinidad, aún cuando las fuerzas y las ganas faltan. A Dios, le debo su bondad para permitirme abrazarme en este encuentro con Ella.
De estos grandes pensadores en liderazgo y gestión he aprendido:
Stephen Covey, las virtudes del autoconocimiento y la autogestión.
John Maxwell, las virtudes de ser primero el líder de sí mismo, siendo coherente, honesto, integro y auténtico.
Peter Drucker, la virtud de la ética, el pensamiento crítico y el trabajo efectivo.
Jim Collins, las virtudes de la excelencia y la grandeza.
Napoleon Hill, las virtudes de la confianza y la determinación.
Viktor Frank, las virtudes de ser libre y tener el control de la propia vida.
Joel Osteen, las virtudes de la fe y la perfección.
Alberto Villoldo, las virtudes de la imaginación y la construcción de una visión elevada.
Michael Porter, las virtudes de la estrategia y la competencia.
Dan Sullivan, las virtudes de un pensamiento exponencial.
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